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El Viernes de Dolores


El día más grande

Toda la Hermandad se hace gozo contenido en este día en la breve elegancia de la negra mantilla para saludar muy de mañana a la Virgen Santísima que lucirá radiante arrodillada a los pies de la Cruz para que los veracruceros pongamos sobre sus manos el beso encendido de nuestra súplica y nuestra acción de gracias; de nuestra oración y nuestro piropo.

Y llegada la hora de la Solemne Función Principal de Instituto, toda la Hermandad renovará el juramento contraído con las Reglas y ante la Reina de los que viven su fe irá formando una larga fila compuesta de jóvenes y adultos, ancianos y niños, que terminará en la grisácea estampa del Libro de Reglas. Y luego, concluída la Santa Misa, dará comienzo el acto de veneración de los veracruceros que se pasan el año soñando con las manos de la Virgen y con poder reflejarse en la porcelana fina de su preciosa faz porque están enamorados de ella, aunque tienen una forma especial de vivir ese amor; porque es un amor encendido que se lleva por dentro, porque es un amor sublime, inexplicable, porque tan sólo en el Cielo te aman mejor, Virgen Preciosa, y por eso, llegado tu día, el lirio y el cardo, no nos apartamos de ti ni un momento y acudimos a tu compañía porque eres el consuelo de los afligidos y el refugio de los pecadores.

Y oscurecido el sol -que no el resplandor- del Viernes de Dolores, volvemos a ti con las manos vacías para que tú nos las devuelvas llenas con el agua salada del caudal de tus ojos, ojos de carne para quien murió de ti enamorado, ojos de carne sagrada como ningunos otros, ojos de vida en los que se volverá a reflejar el rostro dolorido de la mujer ciega, veracrucera dormida en la oscuridad y la tristeza de no poder verte que acude cada besamano a acariciar tu saya y a rozar sus ojos muertos en la eternidad leve y dorada de tu pañuelo. Y los niños, congregados por tu mirada de madre admirable y buena, te felicitarán alegres en tu día y te prometerán que ellos tampoco faltarán nunca a tu cita porque necesitan beber de la fuente de agua viva de tu pureza y tu gracia para poder soportar los setenta veces siete dolores de la vida. Y así, postrados y rendidos ante la palidez rosada de tus mejillas, la Hermandad te hará la Reina del Santo Rosario para después dormirse en la apacibilidad de tu regazo, no sin antes recordarte que, aunque cambien muchas cosas, aunque transcurran muchos años y la vida y nosotros cambiemos, nunca dejaremos de festejar en tu honor, pasión y orgullo de los veracruceros, el día entrañable del Viernes de Dolores.