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El Solemne Septenario Doloroso


La Hermandad de la Vera+Cruz, fiel al espíritu mariano de sus Santas Reglas, ha rodeado siempre de especial delicadeza todo lo concerniente al culto y la devoción a la Santísima Virgen de los Dolores y muestra de ello es el bellísimo ajuar del que, con primor y unción ha sabido rodearla y en cuya confección han trabajado desde un racimo de muchachas del pueblo, que ponían un avemaría sencilllo y callado en cada puntada de su manto verde, hasta los más reconocidos maestros del bordado como el propio Juan Manuel Rodríguez Ojeda.

Pero el más claro exponente de la exquisitez con que la Hermandad siempre honró a la Santísima Virgen de los Dolores es la solemnidad con que cada año ha celebrado y sigue celebrando su ritual Septenario Doloroso.

Durante estos días, los ángeles de la celebración y el rito caminarán hasta la Parroquia con sus cirios encendidos para montar un altar único, el más impresionante monumento jamás levantado en honor de los Dolores y Tribulaciones de la Madre de Dios.

Después, cuando la masa de cirios encendidos haya formado una pirámide de luz a los pies de la Santísima Virgen y la espaciosa nave central de la Iglesia ya no pueda contener el amor entre sus muros, rebosante su perímetro de corazones encendidos y extasiados ante el caudal desbordado de fuego y de lágrima que son los ojos de la Santísima Virgen de los Dolores, los viejos tubos del órgano de la iglesia comenzarán a llenarse de aire perfumado de incienso y cera quemada, resucitando el corazón de este viejo instrumento y haciendo vibrar el metal de sus trompetas en un acorde suplicante como una voz que se eleva a los cielos y un coro de ángeles comenzará a entonar himnos y plegarias de elevado misticismo y suntuosa armonía. Diríase que los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos cantarán, cada cual en su idioma, un himno a la Madre de Dios:

Si las dulces palabras del ángel
inundaron de gozo tu alma,
de un profeta, con fúnebre calma,
te llenó de amargura y dolor.
Te predijo que aquel que en tus brazos
presentabas al templo piadosa,
en la cima del Gólgota, umbrosa,
le verías morir por su amor.

Finalizando el murmullo cansino del rezo del Santo Rosario, violetero de rosas de pasión sobre el altar purísimo del corazón traspasado de la Virgen, comienza la exposición de Su Divina Majestad y el Cristo sacramentado de la Vera+Cruz abrirá de nuevo sus ojos amantes por los que atraviesan los caños de sangre de las hirientes espinas y nos recordará la esencia misma de nuestra Fe cristiana, el sacramento de la Eucaristía instituído en la última Cena bajo la luna quebrada del primer Jueves Santo de la Historia: "Tomad y comed porque éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Haced esto siempre en memoria mía".

Para entonces, el sacerdote levantará el cuerpo lívido de la víctima inmolada y con su elevación sobre el trono cristalino del viril bendecirá a sus hijos mientras se elevan hasta la altura los roleos azulados del incienso, el tintineo breve de la campanilla y el canto exaltador del Cristo que se da como alimento, enagüillas de pan blanco para los que tienen hambre de Dios:

Canta, lengua mía, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa, que el Rey de las Naciones, hijo de Madre Fecunda, derramó por rescatar al mundo.

A nosotros se dio, y para nosotros nació de una madre sin mancilla; y después de haber vivido en el mundo desparramando la simiente de la divina palabra, terminó las tardanzas de su destierro por una admirable institución.

En la noche de la última cena, sentado a la mesa con los hermanos, después de observar todo lo prescrito acerca del convite legal, diose a Sí mismo con sus propias manos en alimento a los doce.

El Verbo hecho carne, por su palabra hace de su carne verdadero pan y el vino se convierte en sangre de Cristo y si los sentidos no lo percoben, la Fe basta para cerciorar de ello al corazón puro.

Adoremos de hinojos este gran Sacramento; y el Antiguo Testamento ceda el lugar al nuevo rito: la fe supla a la flaqueza de nuestros sentidos.

Alabanza, cantos de júbilo, salud, honor, poder y acción de gracias al Padre y al Hijo; e igual homenaje al Espíritu Santo que de entrambos procede.

El último día del Solemne Septenario, el Sagrado Corazón del Cristo de la Vera+Cruz besará las cuatro esquinas del templo parroquial mientras invita a los arrodillados fieles a tomar con decisión la cruz que cada uno guarda entre sus manos y a seguirle y los ángeles de la expectación y el júbilo aparecerán por las naves de la iglesia con ramilletes de azahar para prenderlos con alfileres de plata sobre el manto aterciopelado de la noche y tras el último y emocionado canto del Stabat Mater, la Virgen será bajada del altar y saludada, a las doce en punto de la noche, con el canto emocionado de la salve:

El manto de azahares florecido,
Virgen Niña de rostro nacarado
con el ritmo grácil de tu tocado
el ángel de la gracia se ha dormido.
Dormido el corazón, amor dormido
sobre el pecho de encajes recostado,
el ángel de la gracia ha despertado
con el eco del canto sorprendido.
El palio de la noche ha descendido
y en un vuelo de azul, blanco encalado,
tus mejillas en flor, lirio morado
y azucenas de plata tu vestido